El Ayuntamiento de Tías entrega los premios del concurso literario Carta para una fiesta
  • El primer premio recayó en la misiva alegórica creada por Azucena Rodríguez y firmada en Puerto Rico

 

  • El segundo y tercer premio correspondieron a las cartas escritas por Néstor García y Helen Millán, respectivamente

 

Tías, 8 de agosto de 2024.- La carta presentada bajo el seudónimo Isabela ha sido elegida obra ganadora del concurso literario Carta para una fiesta, organizado por el Ayuntamiento de Tías a través del área de Cultura que gestiona Pepa González y enmarcado en las fiestas de La Tiñosa en honor a Nuestra Señora del Carmen.

La autora es Azucena Rodríguez Hernández, quien recibió la distinción ayer en el centro cívico El Fondeadero, por su “destacada originalidad y calidad literaria haciendo uso adecuado de términos locales que dan color y describen perfectamente el sentir de la fiesta del Carmen”.

 

Su carta alegórica está fechada en Puerto Rico y está dirigida a Marcel, de Lanzarote. Isabela recuerda a su primo las vivencias compartidas en Puerto del Carmen durante la celebración de sus fiestas envueltas en “salitre, mar y aventura”.

El segundo premio recayó en la obra presentada bajo el seudónimo Marina, creada por Néstor García Martín, “por su emotiva descripción de la fiesta del Carmen y su maestría en el uso del lenguaje, así como por su creatividad y adecuada interpretación del tema”.

El tercer premio lo obtuvo la obra presentada bajo el seudónimo Chels, de Helen Michelle Millán Zamora, “por su original enfoque y estilo que transmite emoción a través de los tintes poéticos de su prosa, dando un carácter intimista muy interesante a su escrito”.

 

El jurado, formado por Aurea María González Martínez, Manuel Concepción Pérez y Juan Andrés Hernando López, quiso también hacer referencia a los finalistas que bajo los seudónimos Géminis 75, La Chiqui y Yo “han mostrado su identificación con la fiesta del Carmen de La Tiñosa y la han contado desde hermosas y sensibles perspectivas”.

 

Tras la entrega de premios por parte del alcalde, José Juan Cruz, y las concejalas de Fiestas, Cultura y Medio Ambiente, Miriam Hernández, Pepa González y Carmen Gloria Rodríguez, actuaron los músicos Sofía Pérez (voz) y Norberto Arrocha (guitarra).

 

PRIMER PREMIO:

Puerto Rico, 15 de julio de 2024.

Queridísimo primo, hermano y amigo Marcel:

Sin duda, te sorprenderá esta carta después de tantos años, en los que la vida nos ha alejado, perdiendo todo contacto. Casualmente, me he enterado de que atraviesas un momento difícil por enfermedad. Esto me ha hecho entrar en bucle sin poder apartar de mis pensamientos tantas vivencias de nuestra infancia y juventud, removiéndome hasta tal punto que he decidido escribirte, porque pienso que quizá pueda ayudarte algo. ¿Sabes, Marcel? ¡Me voy por fin a Lanzarote!  Solo de pensarlo me invade la emoción. Deseo tanto verlos a todos, revivir aquellos viejos tiempos en los que, hurgando en mi memoria, solo acierto a distinguir de manera difuminada rostros de niños, jóvenes, especialmente; de los abuelos ya mayores, esas personitas tan amadas con los que compartí y viví una época maravillosa.

Aprovechando que son las fiestas del Carmen, creo que es una magnífica oportunidad para disfrutar unos días y ver este cambio tan vertiginoso entre lo que yo recuerdo que eran las fiestas y lo que son ahora. Mucho ha mejorado mi pueblito marinero. El turismo ha traído el cambio y el progreso. Pero, sin lugar a duda, la verdadera esencia y armonía también supongo que se habrá perdido. ¡Cuántos recuerdos, Marcel!

Nuestros inocentes juegos, locuras… Me apasionaba estar contigo, tu buen humor, tus ocurrencias. ¡Cuánto nos hacías reír! Éramos tan inseparables que me llegaron a bautizar como “la machona”. ¿Te acuerdas? A nada le teníamos miedo.

Me llevabas en tu pequeño jolatero, surcando aquellas aguas cristalinas de nuestro rincón favorito del Poril, mientras canturreabas aquello de “yo en mi jolatero como lobo de mar.” La vida transcurría en la marea, correteando descalzos por piedras y arena entre charcos, pescados, burgaos y algún chinchorro, solo interrumpido por los gritos de nuestras madres, para que fuéramos a ayudarles o hacer un mandado. Qué felices éramos con tan poco y qué comidas tan ricas las de abuela María… Aún conservo impregnado aquel olor y sabor a sancocho, a mojo, a gofio amasado, al puchero por las fiestas. El aroma tan familiar a salitre, a mar, a aventura…

Recuerdo nuestras ingenuas conversaciones entre sueños de novios, y las profesiones que queríamos tener en el futuro. Las hogueras de San Juan; cómo desafiábamos al fuego dando saltos, aun a riesgo de salir tan chamuscados como las sardinas y las piñas; eso, si nos las traían de Tías. Allí quedábamos embelesados con el arrullo del mar, sin otra luz que los destellos de la hoguera y la luna por candil, dejando volar la imaginación en la porfía de ver siluetas inexistentes a las que cada uno buscaba un parecido.

Cuánto añoro aquellos veranos; los domingos en que toda la familia, a bordo de Lucía, la vieja chalana, nos íbamos a la Peñita o al Barranco del Quíquere. Cuando terminaba la zafra y llegaban los pescadores, el entusiasmo crecía, porque celebraríamos las fiestas en honor a nuestra madre y patrona. Con cuánta ilusión adornábamos con banderitas la zona cercana al antiguo Varadero; todo recobraba luz y color.

No había un lugar propio donde celebrar dignamente. Como novedad, un año los vecinos improvisaron una pequeña pista de baile; amenizaban las primeras orquestas donde sonaban las típicas canciones de los setenta. ¿Recuerdas Marcel? Insistíamos para que tocaran la Yenca, la Conga o el Twist, y así bailarlo con nuestras propias coreografías.

El día de la procesión marítima, nos abríamos paso a base de empujones porque queríamos subirnos todos en el barquillo que llevara a la Virgen entre vítores, aplausos y algún volador. Es imposible relatar tantos recuerdos en una sola carta, pero prometo hacerlo personalmente.

Muy pronto estaré en mi querido pueblo de La Tiñosa. Te advierto que llevo una maleta enorme, llena de mucha fuerza y ánimo para tu recuperación. Tenemos que hacer un fiestón, celebrarlo a lo grande.

Un fuerte abrazo, primo, hermano, pero sobre todo amigo. Tu prima, (Isabela).

 

SEGUNDO PREMIO:

La Pila de la Barrilla, 28 de julio del 2001.

Hola, Pedro:

Escribo estas palabras mientras escucho Mirando al Mar. Es una canción que no esperé que fuese a acompañarme durante tanto tiempo. La primera vez que la oí fue de tu mano, en las fiestas de La Tiñosa. Aquellos timples y guitarras fueron los testigos de nuestros primeros pasos, y sus cuerdas, que sintonizaron con mi pulso, me cantaron que quizá eras algo más que un machango patoso al que le sobraban ya dos copas.

No puedo olvidar aquel verano. Qué bonito era vernos a todos, desde niños hasta ancianos, comprometidos con las fiestas. Esa pasión por lo nuestro se respiraba en la lucha canaria, tras las casas de Cabrera; en los partidos de fútbol de las viejas glorias o en los torneos de Cucaña, donde no había quien ganase a mi hermano Fefo. Mi prima Fátima y yo no nos perdíamos una. Nuestro espíritu incansable y carisma nos hicieron merecedoras del apodo de las enraladas. Cada año construíamos juntas nuestro jolatero para la regata, nunca con el objetivo de que fuera el más veloz, sino el más bonito. ¡Cuánto añoro remover las sedosas aguas del Poril, avanzando en mi jolatero como lobo de mar!

Y el día del cine. Yo estaba sentada en la última fila del almacén de Don José Quintero, viendo a Marisol cantar su “Ola, Ola, Ola” junto a mi prima. ¡Qué susto me llevé cuando te sentí por detrás de la pared! Cuando te vi en ese hueco, como un hurón ‘jociquiando’, no pude parar de reír. Y todo por no pagar tres pesetas.

Que Don Ventura nos echase fue algo que siempre agradecí. Afuera, la luz de oro bañaba La Tiñosa. Dos pardelas enamoradas danzaban entre nubes de fuego, que tintaban de reflejos rojos el calmo mar. Me sentía sumida en un óleo, en una estampa irreal. No sé si fue esa belleza la que te envalentonó o Dios lo diseñó así, pero elegiste el momento perfecto para decirme que yo terminaría casándome contigo. Los Ajaches se abrazaban con más fuerza que nunca, adivinando mis deseos. Pero eran otros tiempos.

Allí quedó mi corazón anclado para siempre. Solo mi cuerpo siguió adelante; las arrugas empezaron a pronunciarse, las curvas a invertirse y los ojos a apagarse. Sin embargo, el corazón es el único órgano al que el tiempo no obliga a madurar.

Mi preocupación por no recibir tu carta de llegada a la octava isla acabó a golpe de nudillo, cuando José Luis, el patrón, tocó a nuestra puerta. Ahí comenzó mi tormento. Pedro, me faltaba tanto por descubrir de ti, tanto por bailar. Nunca llegaste a La Guaira. Venezuela no fue para todos aquel país de prosperidad y esperanza. Pagaste con tu vida a quien ahora moja mis pies, al igual que hoy muchos hacen, intentando llegar a nuestra tierra. Porque nadie elige dónde nacer y el azar es siempre azar, nunca mérito.

Lorenzo, el de mi prima Fátima, acaba de volver de allí. Treinta y dos años hace desde que zarpaste con él. Fátima dejó de recibir noticias suyas a los pocos meses, aún con el chinijo en camino. Desde entonces, las críticas a su alrededor no cesaron. Fuese a donde fuese, un retumbar jaquecoso de cuchicheos y ojos de lástima, sospecha y condescendencia la acorralaron hasta sus cuatro paredes, de las que no volvió a salir. Ahí marchitó en alma mi querida prima Fátima, la hermana que nunca llegué a tener. 

La llegada de un Lorenzo viejo y enfermo ha reavivado los juicios hacia ella. Pero me da igual el interés por el que vino ese hombre; por primera vez después de tantísimo tiempo, Fátima sonríe. Siente que la vida le ha compensado con un rayito de luz, ahora que su cabello ya viste de blanco. Y eso es lo único que importa. 

El jueves que viene, Antonio Montelongo dará el pregón y, después de treinta y dos años, las enraladas volveremos a donde fuimos felices; a nuestras queridas fiestas del Carmen, de las que nunca nos debimos alejar.

Las lágrimas de ilusión que una vez Mirando al Mar sacó de mis ojos, caen ahora al jable de La Pila, transformadas en lágrimas de magua. Pero sé que llegará el día en que, de nuevo, bajo el palio sonrosado de la luz crepuscular, juntos miraremos al mar.

 

TERCER PREMIO:

Querida Galilea,

 

Espero que al recibir estas palabras te envuelva una suave brisa proveniente del mar de nuestra querida isla de Lanzarote. Hoy, mientras el crepúsculo se funde con el azul del océano, no puedo evitar sumergirme en los recuerdos de aquellas fiestas patronales en Puerto del Carmen que compartimos cuando éramos pequeñas y nos encantaba disfrutar.

 

Recuerdo aquellos días con una nostalgia dulce y envolvente. Las calles del pueblo se transformaban en un lienzo de colores, adornadas con banderines que danzaban al ritmo del viento. Las risas y los juegos llenaban el aire, creando una sinfonía de felicidad que nos envolvía a todos. En cada rincón, había un pedazo de magia esperando ser descubierto.

 

Uno de los momentos que atesoro con más cariño es la procesión marítima. La imagen de la Virgen del Carmen, serena y majestuosa, navegaba por las aguas del puerto, sostenida con devoción en los bellos veleros. En mi jolatero como lobo de mar, surcaba las olas con una mezcla de respeto y admiración, sintiendo que el mar y el cielo se abrazaban en un eterno susurro de paz y serenidad.

Las tardes siguientes eran nuestras para explorar y jugar. La playa se convertía en nuestro mundo, nuestro paraíso, donde las construcciones de castillos de arena eran tan emocionantes como los partidos de fútbol o voleibol, las creaciones de comida para nuestros padres era algo maravilloso y excitante.  Cada ola que rompía en la orilla parecía contar una historia, y nosotras, con corazones ligeros, nos sumergimos en esa narrativa sin fin, siendo las protagonistas de ella.

 

Al llegar la noche, la plaza del Varadero se iluminaba con una magia especial. Las luces parpadeaban como estrellas caídas, y la música nos envolvía de euforia. Los fuegos artificiales cuando terminaban las fiestas,  pintaban el cielo con sus colores vibrantes, reflejándose en las aguas del puerto. En esos momentos, sentíamos que la vida era una celebración continua, un baile eterno entre la tierra y el mar. Y entonces, esos días de fiesta eran más que simples celebraciones; eran momentos de conexión con nuestras raíces, con nuestro orgullo conejero, con nuestra tierra y sobre todo, con quienes compartimos esos instantes. La comunidad se unía bajo el manto de la tradición, y nuestros corazones latían al ritmo del océano.

 

Aunque el tiempo ha pasado y nuestros caminos han tomado rumbos diferentes, los recuerdos de aquellas fiestas en Puerto del Carmen siguen siendo un tesoro invaluable.  Al concluir esta carta ,  no puedo evitar admirar el significado de tu nombre. Galilea, trae consigo una esencia de serenidad y profundidad del pueblo elegido Israel, un símbolo de paz y continuidad,  una conexión hermosa entre el pasado y el presente.

 

Espero que estas palabras te lleven de regreso a esos momentos de alegría compartida y a la belleza inmutable de nuestro querido pueblo.

 

Con cariño,

Chels.

 

Tu tiñosera, que te quiere, (Marina).

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